Contrario a lo que piensa la mayoría de las personas, el camaleón no cambia realmente de color. Su piel es transparente, con una capa superior en la que predominan células que se agrandan o se reducen ante la escasez o la abundancia de la luminosidad solar, las bajas o las altas temperaturas, o el “estado emocional” del animal.
Así, en los días de poca luz, su cuerpo se vuelve más claro; en cambio, se oscurece en la medida en que la luz solar y el calor llegan al máximo; cuando se enoja, adquiere un tono negruzco. Por ello no es acertado afirmar que este animal se vuelve verde si es colocado sobre un plano verde o que muere de apoplejía si es colocado sobre una tela escocesa de dibujos y colores a cuadros.
Pero sí es cierto que, cuando caza, el camaleón lanza su lengua a una distancia más larga que su propio cuerpo y que muy pocos insectos se le escapan.